Para Antonio Gramsci era un “error metódico” común buscar el criterio de distinción entre las actividades intelectuales y el resto de la actividad social en el interior de las primeras, y no en cambio, “en el conjunto del sistema de relaciones en el que ellos -y por consiguiente los grupos que les personifican- vienen a unirse al complejo general de las relaciones sociales”.[i] Es por ello que “la personalidad histórica de un filósofo individual proviene también de la relación activa que mantenga con el ambiente cultural que quiere transformar, ambiente que actúa sobre el filósofo, que le obliga a una continua autocrítica y que, por tanto, actúa de «maestro»”.
[ii]
Por su parte, en la asignatura de 2º de Bachillerato “Historia de la Filosofía” siempre se incluye, en temarios, apuntes o libros de texto y en la introducción a los diferentes filósofos clásicos que se imparten, una breve nota biográfica y un breve desarrollo de su “contexto histórico, cultural y filosófico”, pregunta a su vez obligada en la prueba de Selectividad -en la que de hecho, cotiza más alto que la explicación del texto como tal-. Sin embargo, dicha intromisión profana de la Historia en el terreno de la Historia de las ideas peca de múltiples deficiencias, no solamente por lo incompleto de los materiales que se utilizan, sino también por la poca crítica acerca de sobre porqué, desde el punto de vista de su coyuntura histórica y su circunstancia biográfica, los filósofos escriben lo que escriben. Por una parte, el profesorado, preso en gran medida de la mística del “genio” filósofo, herencia de los hábitos adquiridos en la vida académica y después gremial, que se emplea en clase como marketing de ventas de un discurso filosófico determinado y como acto ritual de legitimación del propio trabajo -el de una especie de Hermes que traslada a los profanos el lenguaje de los dioses-, presenta muchas veces el “Contexto” como mero apéndice. Este choca con la des-motivación de un alumnado siempre más interesado por la especulación y los aspectos más personales y psicológicos, y también se las tiene que ver con la ausencia de conocimientos conceptuales básicos respecto a la Historia, aparte de un notable desinterés por una asimilación de los mismos más allá de materia a memorizar y que ayuda a aprobar porque sobre ella “no hay que pensar” (“te lo empollas y ya está”, cito a un alumno), compensando en la nota de un examen cuestiones que requieren reflexiones más abstractas. Hecho así, el “Contexto” impartido en clase se reduce a un adorno del Texto filosófico, gran protagonista del asunto, y en el mejor de los casos, a un anecdotario recurrente en el mercado de bienes simbólicos, institucionales e intelectuales en el que se convierte el aula.
Por otro lado, desde los últimos años la Sociología de la Filosofía (SF) en España, aún siendo defendida por un reducido núcleo de investigadores, está aportando numerosas contribuciones al conocimiento de dicha disciplina,[iii] así como de la Historia de la Filosofía (HF) en el caso de España, sobre todo la posterior a la Guerra Civil.[iv] Esto es así no solamente por la utilidad para el trabajo histórico que supone utilizar el arsenal de la Sociología como tal, sino que tal tipo de análisis contribuye al incremento de la reflexión e interpretación crítica de los textos, mostrando su conexión y dependencia con las trayectorias intelectuales y vitales de los filósofos.
2.
Las tres líneas fundamentales de la SF son la abierta por P. Bourdieu mediante la aplicación de su teoría de la cultura al estudio de los subcampos filosóficos y académicos, línea continuada en la actualidad por el Centre de Sociologie Européenne de París. La segunda línea proviene de la sociología de Erving Goffman y la teoría de los rituales de interacción aplicada por Randall Collins al análisis de las redes filosóficas y a la historia de la filosofía de manual. Por último, las reflexiones de M. Kusch a partir de la sociología de la ciencia de David Bloor.[v]
En SF una de las premisas de las que se parte es la de no entender el trabajo filosófico como un desarrollo “puro” al margen de un contexto que precisamente es el que establece las condiciones de posibilidad o de producción del mismo. Así, recurriendo a la historia, la biografía o el análisis sociológico, el objetivo se cifra en desvelar las diferentes capas de “sentido” que muestra o esconde un texto, que configuran su estructura y finalidad.
Para Bourdieu había que hacer una lectura histórica de las obras filosóficas. Aunque el campo de producción filosófica tenga una autonomía relativa, más o menos dependiendo del autor, temática y coyuntura histórica, ese tipo de análisis es precisamente el único que sirve para demostrar tanto su dependencia, como la independencia -por ejemplo, en términos de creatividad o genialidad- respecto a la situación histórica y el contexto cultural. Entre una multiplicidad de herramientas críticas que presenta la rica obra de Bourdieu, que aquí no podemos ni siquiera resumir, para el objeto de esta comunicación destaca por ejemplo el “efecto de campo”, esto es, el “efecto ejercido por las coacciones específicas del microcosmos filosófico sobre la producción de discursos filosóficos” por parte de un autor. Esto es, los condicionamientos que producen sobre el filósofo creador el campo filosófico (su “contexto filosófico”) en el que se encuentra inmerso, como heredero o discípulo, como opositor o compañero respecto a otros, o como pretendiente a maestro, como aspirante a influir en otros filósofos o entre un público mundano. Si se reconoce dicho condicionamiento de los que son los interlocutores virtuales -a la hora de componer el discurso- o reales -cuando se elabora y se publica- la autonomía absoluta del texto se presenta como una mera ilusión, pero ello, lejos de ser un obstáculo, permite medir mejor su nivel de creatividad que los meros recursos hermenéuticos.[vi] Por ello, el
“análisis adecuado se construye sobre un doble rechazo: recusa tanto la pretensión del texto filosófico a la autonomía absoluta, y el rechazo correlativo de toda referencia externa, como la reducción directa del texto a las condiciones más generales de su producción. Se puede reconocer la independencia, pero a condición de ver claramente que no es más que otro nombre de la dependencia con respecto a las leyes específicas del funcionamiento interno del campo filosófico; se puede reconocer la dependencia, mas a condición de tener en cuenta las transformaciones sistemáticas que hacen experimentar a sus efectos el hecho de que sólo se ejerce por intermedio de los mecanismos específicos del campo filosófico”.[vii]
Hay que someter todo texto a una “doble lectura”, la histórica, y la propiamente filosófica. Ese enfoque le permitió a Bourdieu elaborar uno de los mejores y más aclaratorios estudios que se han escrito sobre Heidegger. Si en el caso de este reveló cómo en sus teorías filosóficas se superponían diferentes juegos de lenguaje, no solamente teóricos, sino también políticos, estéticos... lo mismo podríamos decir, como ha explicado Martin Kusch, de todas las teorías filosóficas. A desvelar esos juegos desde un punto de vista analítico contribuye la SF.
3.
Al hablar de que se adopta la perspectiva sociológica estamos dando a conocer que entendemos que no solamente no es posible comprender el sentido de la actividad intelectual de un autor o creador sin estudiarla en vista continua a cómo resuenan en su trayectoria vital los acontecimientos históricos y culturales de su época, sino también desde el por qué asume determinadas posiciones, por qué se afilia a ciertos paradigmas y desdeña otros, qué posiciones intelectuales reproduce como heredero, en cuáles se fija para la producción y reproducción intelectual propia, cuáles son sus condicionamientos familiares y de clase dentro de una estructura social determinada, condicionamientos que le pueden llevar a modular su discurso, sus textos, bajo la égida de la escrupulosidad, la auto-censura, la oposición... cuál es el público destinatario de los mismos, cómo se ha conformado su capital cultural y su capital social, qué estrategias utiliza para rentabilizar ambos y conquistar espacio de poder en dicha estructura, o hacerse oír entre sus iguales o entre el público, etc., etc. La inclusión de estas perspectivas en una asignatura tan limitada en tiempo como la que nos ocupa pasa obviamente por la capacidad de síntesis del profesorado y no tiene porqué suponer un incremento cuantitativo de los temarios que se aportan, sino una mejora cualitativa que deje de exponer los acontecimientos históricos que se apuntan como mero acompañamiento al texto o la teoría como tal, y que por otra parte, obligue a incluir estas perspectivas en la interpretación y explicación de los textos, así como en la valoración personal de los filósofos. En tal caso, la prioridad la tendrían aquellos hechos que inciden en la temática del texto o las teorías del autor, mientras que los que simplemente marcan su época permanecerían velados o en un segundo plano. Lo que ocurre es que eso es algo que no nos explican los manuales habituales de Historia de la Filosofía, como tampoco se nos explicó en las facultades. .
En La idea de principio en Leibniz (1948) Ortega señalaba como una “filosofía